Te cae el agua como si realmente fuera bendita, como si te estuviese purificando y curando de los males que se han quedado tras la cortina del bño. Según llega más y más caliente, más y más te relajas. Entrar en calor en un día de frío no tiene precio. Creo que es una de las sensaciones más placenteras que existen (no voy a entrar a detallar otras muchas porque no vienen al caso).
Vas repartiendo el agua por cada palmo de tu piel haciendo que ese solo estímulo, active hasta la propia mente y, según prosigues con tu ejercicio higiénico diario, haces recuento de cuantas horas, en un par de días de ocio, has dedicado a pensar en ti...conversaciones virtuales contínuas, acciones benéficas, rituales de aprendizaje y entrenamiento, orejas activas, presencia y alma de quien te necesita, sermones, charlas, palabras, antídotos, sonrisas forzadas, trabajo en equipo,...saldo total en una misma: lo que tarde en cerrar el grifo de la ducha, es decir, unos minutos.
Y, de pronto, te das cuenta que unos minutos en los que simplemente te has planteado cuanto te has dejado por hacer por ti, son suficientes para llegar a la conclusión que vas a empezar la semana agotada, con una energía en números rojos y con ese pequeño pellizco de no tener tiempo para lo que habías planeado hacer.
Bien, puedes hacer dos cosas: desesperarte o reiniciarte...pero, realmente, ¿hay que elegir?, ¿la respuesta siempre tiene que ser A ó B?, ¿hay que ponerse siempre en la tesitura de blanco o negro?.
Pues no, sencillamente no. Una se desespera y llora sus penas, agobios y lo que tenga que ser y, a continuación, con arranque y tomando mucho aire (uuuuuuuuuuuuuuuuuuf), se reinicia.
Sistema operativo a tope...feliz semana!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.