"Y mira que me estoy esforzando para que no me digas cosas bonitas". Se quedó paralizada, en parte por aquella afirmación que le heló la sangre por completo, en parte por el sonido ensordecedor de aquel trueno que se llevó hasta la luz de su casa.
Se hizo el silencio en su interior a pesar de que la conversación siguió su curso. Pero pudo perfectamente identificarse en dos espacios distintos. Uno, en el las animadas historias que podía intercambiar con su interlocutor. Otro, el de la aplastante frase que la dejó de piedra.
Consiguió finalizar la conversación sin levantar sospechas y dedicó no pocos minutos a digerir aquellas palabras que harían mella en ella acompañando a muchas otras.
Y llegó a una conclusión a una hora que no debería estar despierta y es que no debes permitir que hagan de ti una persona que no eres porque, entonces, ya dejas de ser tú, ya no quieren tu esencia, ya no te quieren a ti, quieren otra cosa que puede estar mejor o peor pero que no es la original. Y, desde hacía mucho tiempo, había rechazado imitaciones.