El blog de kora-opina

El silencio era cómodo, reflexivo. Esperaba mi respuesta con un talante comprensivo y con la ternura que los años y la experiencia le habían demostrado que hacía confesar hasta lo más secreto. La mirada clavada para que no me encontrara sola en aquel abismo de la pregunta precedente. Pregunta que se comportaba como un auténtico agujero negro que todo lo hacía desaparecer brutalmente.

" Si, son muchos a los que mimo a diario de manera desmesurada".

Asintió bajando la mirada, sabedora de haber dado en el clavo. Pero aún tenía un pequeño dardo que sabía que podría hacerme daño, aún más daño si cabe. Prolongó de nuevo el silencio para darle tiempo a mi mecanismo interno a serenarse minimamente antes de volver a cargar contra mi.

Cogió su bolígrafo y trazó en el aire algún tipo de figura mientras buscaba las palabras adecuadas para plantear la siguiente cuestión, la que ella sabía que era crucial y de la que intuía la horrible respuesta.

"¿Y quién te mima a ti?...¿hay alguien que a diario te pregunte por tu trabajo, por tu ocio, por tu corazón?...¿quién te cuida?".

Dejé de mirarme las uñas, desiguales por pura vaguería y miré su rostro lleno de intriga y expectación. Sabía que sus sospechas se iban a confirmar y le brillaban los ojos esperando justo aquella afirmación que se volvería en mi contra para, desde ahi, comprender muchas cosas.

"Nadie".

Sonrió. Para ella, a pesar del dolor y del vacío que en ese momento sentí, era un triunfo dar con uno de los muros de carga de mi sistema un tanto inestable por los golpes recibidos.

Endulzó su voz, relajó sus rasgos, se incorporó un poco más desde la silla que me enfrentaba a ella para hacerse más cercana, bajó los hombros, suspiró sin apartar su mirada y amortiguó la paliza emocional que estaba recibiendo con una sonrisa a caballo entre su propia satisfacción por hallar uno de los orígenes de mi soledad y el cariño de alguien que sabe como ayudarte.

"¿Te das cuenta, Marta?".

Asentí frustrada. Asistí a la visión del descuido que llevaba tiempo soportando y a la del maquillaje que me había inventado para camuflar esa carencia. Sola en compañía, matando los fantasmas de los demás a costa de mi propia salud. Los míos los apartaba de un plumazo porque carecían de importancia con respecto a los del resto del mundo.

Pero así no funcionan las cosas. Ahogué un lamento por comprender, de pronto y sin anestesia, las malas artes con las que me gestionaba el alma. Entendí que había que cambiar el rumbo de ese proceder inalterable e incuestionable hasta entonces para mi.

Solo hicieron falta 3 preguntas para darme cuenta de lo poco que había salvaguardado mi propia integridad; herida y desdichada en ocasiones, pidiéndome a gritos un mínimo de atención. Solo hacía falta un mínimo.

La buena noticia es que nunca es tarde, ni de día ni de noche.