21 junio 2012
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La risa un poco rona y una barba que siempre pincha. Un puñado de caramelos en el bolsillo de su chaqueta de pana y un trozo de soga en la mano a modo de rosario. Mil historias que contar y un cigarrillo consumiéndose entre sus dedos amarillentos. Unas enormes manos tatuadas de trabajo intenso y una ligera joroba de soportar sus decenas de años. Todo eso era mi abuelo y, mientras la gente iba llegando, lo único que me inquietaba, a mis tiernos 9 años, era como cabría todo eso en aquella caja de madera.