Dijo que me quería. No una vez, lo dijo durante mucho tiempo incontables veces al día.
Lo dijo de mil maneras, de mil formas, en idiomas distintos, en épocas frías y no tan frías, en bajito, a voces, mirando a la luna, tostándose al sol, a un tercero, un cuarto, un quinto, mientras miraba la televisión o me cogía la mano al pasear, al aire, al viento, a la brisa, al mar.
Lo dijo entre montañas, pisando descalzo la hierba húmeda, mientras se rompía el cielo de la tormenta, al regar las flores del jardín, al susurro de las olas del acantilado, en el márgen del río sinuoso, sentado en una piedra cualquiera, arañando la tierra vencida.
Lo dijo sin dinero, mendigando cariño, derrochando amor, parpadeando los segundos, delimitando los minutos, extralimitando las horas, regalando poesía, acariciando el alma y rondando al corazón de mañana, tarde y noche.
Lo dijo sin problemas, tal y como le salía, como le venía, sin florituras, sin dilaciones, suicidándose en su propio sentimiento, a bocajarro y sin distancia, al vacío, al precipicio.
Lo dijo a solas, en compañía, enlazado, libre, penetrando por cada uno de mis sentidos, por cada uno de mis poros, a través de la piel, con ayuda de los labios.
Lo dijo tejiendo proyectos, dibujando futuro, con ganas, con aplomo, convencido, martilleando la sentencia, levantando la cabeza triunfante.
Lo dijo con vino, con rosas, con velas, con mesa y mantel, con violines, con joyas, con rodilla hincada, con vergüenza torera, con valentía, con juguetes, con palabras melosas y azúcar glass.
Lo dijo en sueños, en los míos.
Lo dijo...pero nunca lo demostró, solo lo dijo.