8 marzo 2013
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Sólo a las niñas guapas y a los hermanos que se las presentaban les estaba permitida la entrada. La exclusividad del evento trascendió más allá de las fronteras de la ciudad. Llovía a cántaros, como si se fuera a caer el cielo. Los relámpagos se confundían con las lentejuelas de sus trajes de noche y el destello del diamante en su dedo. No sé por qué fui hasta allí. Quizás por rabia, curiosidad malsana o puro masoquismo. El caso es que se casaba con un cincuentón forrado de parné mientras yo estaba paralizado a las puertas de su fiesta de compromiso, con un abrigo de tristeza y calado de sinrazón hasta los huesos.