¿Para qué tenemos recuerdos malos?, ¿sirven para algo?, una canción, una fecha, un lugar...nos invade la nostalgia, la tristeza. Revivimos una agonía que ya pasó. Y si pasó, ¿para qué rememorarla de nuevo?, ¿tiene sentido?. Probablemente alguien más docto en lo que al funcionamento de la mente se refiere, diera una respuesta algo más elaborada, basada en estudios y más estudios acerca de esas parcelas de nuestra cabecita que a mi, personalmente, se me escapan.
Intentando dar un sentido algo lógico a estas vivencias negativas, a estas cicatrices que, en ocasiones, no están del todo cerradas, siempre he pensado que necesitamos esos recuerdos como referencia para valorar los malos o, al menos, categorizarlos en su justa medida. Me gustaría que no fuera así, es decir, que tuviesemos la capacidad de eliminarlos una vez pasados (con todo su dolor y parafernalia) y poder degustar los buenos recuerdos, bañarnos en sus sensaciones, regodearnos en el placer de haberlos vivido.
Pero los más oscuros existen, y eso es un hecho que no se puede obviar. Y por si hubiera algún tipo de duda, ahí están, resurgen cuando menos lo esperas y los arrastras con una melancolía que, bajo mi punto de vista, es injusta. ¿No se pasaron ya?, ¿no fue suficiente con haberlos digeridos y que se te hayan quedado tatuados en la piel por siempre jamás?.
Aaaaaaaaaaaah, que hay que aprender de ellos...ya, ya, ya...¿y no podríamos buscar otra manera de conseguir algo beneficioso de algo traumático?. Difícil cuestión.
Sumisa me enfrento a la semana que me queda por delante con el lastre de mis dudas y la esperanza de mis sueños.
Feliz lunes (aunque ya sé que es difícil que en una misma frase se incluya la palabra "feliz" y "lunes").