La fuerza de aquel trueno le sobresaltó tato, que se le cayó el libro que sostenía en sus manos. Parecía que se había roto en pedazos el mismísimo cielo. Una inquietud le invadió mientras recogía el ejemplar del suelo con alguna que otra página doblada de la caída.
Repuso el pedazo de hoja a su estado original comprobando que ya nunca estaría lisa del todo. Y esa tontería le hizo pensar en las arrugas que, por arte de magia, del destino o vaya usted a saber, se producen en el alma.
Pliegues que dejan huella, que no se vuelven a estirar como si nunca hubiesen sido doblados. ¿Cuantos de esos tenemos?, ¿cuentos de esos somos capaces de soportar?, ¿cuentos de esos sería lo lógico portar?, ¿son necesarios?.
Mientras seguía alisando aquella esquina de papel infinita, pensó en esas deformaciones que, sin ser sobresalientes, sin siquiera verse, existen, te forjan, te hacen daño y, en ocasiones, se vuelven a rrugar para dar lugar a una forma aún más desagradable que la anterior.
"¡ Qué cosas me da por imaginar!", pensó mientras cerró el libro y sonreia a la ocurrencia mientras fuera, se desataba aquella especie de huracán que, sin lugar a dudas, daría paso a una calma reparadora y a un ambiente más fresco, a olor a tierra mojada y a la visión de un cielo más limpio sobre su cabeza...porque siempre pasaba lo mismo y salir del refugio tras la tempestad, le apetecía una vez más.