El blog de kora-opina

Llegó con bastante antelación, solía hacerlo como si fuera una suerte de amuleto. Una vez ubicada la sala, se acercó observando todo a su alrededor.

Ese era un gran día. Día de reencuentros y de ofrendas, de premios y metas logradas. El sacrificio para estar allí se vería recompensado en apenas 15 minutos. Minutos que se le hicieron eternos. Si se espera algo con tanta pasión, parece que el tiempo se ralentiza poniendo a prueba tu propia calma.

Abrió la puerta despacio y vio que era la primera en llegar.

Durante muchos meses aquella sala se había convertido en su segunda casa. Junto con sus compañeros, había afrontado todos y cada uno de los sentimientos que las experiencias traumáticas causan a quien las padece y a los que le rodean. Habían pasado por una amalgama de sensaciones tal que era muy complicado decidir cuál había sido la peor de las jornadas. Sin embargo, allí dentro, en aquel día, sí que podía sospechar cuál iba a ser la mejor.

Se sentó en su sitio. En aquel contexto, tener un sitio era fundamental. La rotación de los lugares en los que se iban sentando, dependía de lo bien o mal que se sucedían aquellas etapas a las que tenían que enfrentarse. Conseguir uno propio y abandonarlo tal cual, era sinónimo de ganar la guerra.

Su silla estaba fría pero se le antojó más confortable que nunca.

Miró el reloj y corroboró que ya faltaba poco para que llegaran todos los demás.

De pronto, la puerta se abrió y entró alguien que no conocía. Era un chico que ni siquiera le resultaba familiar. Decidido, entró sin preguntar. Tenía buen aspecto, quizás algo cansado. De complexión fuerte y paso firme, se sentó justo a su lado, en la silla que correspondía a una de sus compañeras, otra que la abandonaría aquel día.

Le miró interrogando por su presencia sin abrir la boca. Él no le devolvió la mirada, solo se ajustó la camiseta y adoptó una postura más cómoda.

- Perdona, ¿buscas a alguien?-.

- No, solamente espero-.

- ¿A alguien?-.

- Supongo-.

Todo muy raro. Aquellos segundos al lado de aquel desconocido se le hicieron inasumibles.

- Verás, es que aqui, en un momento, vamos a comenzar una sesión de un grupo cerrado. Quizás te has confundido de sitio. Si quieres te puedo acompañar a la recepción y preguntar allí-.

Incómodo, incluso un punto ofendido, respondió:

- Mi sitio lo elijo yo cada día y donde me parece, me quedo, así funcionan las cosas. Hasta ahora no he tenido muchos problemas al respecto.

¡Vaya!, pues si que era descarado. Según argumentaba, apareció la "dueña" de aquella silla que, sorpresiva por ver ocupado su ansiado sitio y estupefacta por las palabras de aquel personaje, se acercó con la decisión de poseer la razón y, sin más, le comunicó al extraño:

- ¿Disculpa?, ese no es tu sitio-.

- Porque tú lo digas. Yo siempre sé cual es mi sitio, no necesito que nadie me diga absolutamente nada-.

- Si, porque yo lo digo. Los sitios, caballero, se los gana uno. Los sitios son para estar, para cuidarlos, para que te cuiden. Se ocupan con hechos, no con la fuerza. Sabes cuál es ese sitio porque te acoge su ambiente, la gente que lo rodea y, de eso, te das cuenta, sencillamente lo sabes. Es el propio sitio, en ese momento, el que te adopta y no permite que te escapes. Eres feliz ahí y haces felices a los demás...dudo mucho que donde estás sentado sea precisamente tu sitio-.

Según hablaba, el desconocido se iba poniendo más y más nervioso, hasta que, en un arrebato de rabia, movió su cuerpo violentamente y, justo antes de poder levantarse de la silla, falló una de las patas dejando por el suelo a aquel hombre que, indignado, se levantó como alma que lleva el diablo y corrió hasta la puerta para, de un portazo, llevarse todo ese aura de superioridad y egocentrismo que dejó sin habla a las dos mujeres.

Efectivamente, aquel no era su sitio.

P.D. Dedicado al mío...a mi maravilloso SITIO.